Tras décadas recorriendo las montañas sagradas y los desiertos del mundo, he aprendido una verdad fundamental: hay viajes que se planean y otros que se revelan, como una verdad esotérica.
A veces, la decisión no es racional; simplemente sientes que debes ir. Una imagen, una conversación, un olor… y de pronto sabes que ese lugar te está esperando, al igual que un maestro aguarda a su discípulo. El alma tiene su propio mapa, y rara vez coincide con el del mundo que dibujamos en las oficinas.
Por eso, los mejores viajes no comienzan con un billete, sino con una sensación. Elegir un destino no es cuestión de precio o distancia. Es un diálogo silencioso entre la persona que eres y la persona que estás lista para convertirte. Algunos países me sanaron, otros me obligaron a moverme, todos me transformaron.
No se trata de buscar el viaje perfecto, sino el que te ayude a encontrarte, a confrontar tu sombra y tu luz. Cuando algo dentro de ti dice "ahora sí, ese es el camino," debes escucharlo.
Ese es el momento exacto en que el destino se alinea con tu propia historia. Yo soy testigo de que la llamada es real.