Diarios de una exploradora

Una noche en Petra que no quise que terminara

Petra de noche, entre velas y música, cuando el desierto se vuelve mágico.

Petra no era un sueño. Ni un objetivo. Era una curiosidad que se coló entre los planes. Como tantos otros lugares, llegó a la lista por casualidad y acabó ocupando un lugar irremplazable en la memoria.

Entramos de día, como se entra en los sitios que imponen respeto: en silencio, con los sentidos abiertos. El Siq, ese desfiladero angosto que parece diseñado para preparar el alma, nos condujo lentamente hasta el Tesoro. Sabíamos que estaba ahí. Lo habíamos visto en documentales, en postales. Y, sin embargo, el momento en que apareció al final del desfiladero nos desarmó. No por lo imponente. Por lo vivo.

Pero fue al caer la noche cuando Petra nos atrapó para siempre. Volvimos caminando el mismo sendero, pero esta vez guiados por velas. Cientos, quizá miles, marcaban el camino como luciérnagas inmóviles. Frente al Tesoro, el espacio se había transformado en un santuario. Nos sentamos entre desconocidos con una taza de té caliente, y nadie dijo nada. La música empezó: una flauta sola, entre ecos de piedra. Era como si el lugar respirara con nosotros.

Allí, comprendí que hay viajes que se deben vivir con calma y detalle, planificados para saborearlos paso a paso, y que hay otros lugares donde la noche y la historia se abrazan igual que aquí: en India y en el desierto de Merzouga.

Fue allí, bajo ese cielo profundo y lleno de estrellas, que entendí lo que es detenerse de verdad. No pensar. No proyectar. Solo estar. Y en esa presencia, algo se alineó. Como si por fin todo tuviera un ritmo coherente: el corazón, el paisaje, la vida.

¿Quieres vivir la magia de Petra?

Creamos experiencias únicas en Jordania y Oriente Medio

Pedir presupuesto